21 mayo 2013

MILÁN

Este verano decidimos no viajar, pero tratándose de mi familia y en estos temas, no era de extrañar que se cambiara de opinión. Realmente no fue una acción premeditada. De hecho, el mismo viernes que mis padres terminaron de trabajar, nos fuimos a la playa con la intención de pasar allí todo el mes de agosto.

Llegamos a las 9 de la noche y antes de cenar, mi madre comentó que le habían dicho que Vueling había lanzado una promoción muy buna para poder volar en unas fechas concretas a precios muy interesantes. No sabía seguro si ya había finalizado el plazo y todos coincidimos en que no se perdía nada por verlo. Dicho y hecho. Cogimos el ordenador portátil y, al entrar en su página web, vimos vuelos de Barcelona a Milán (ida y vuelta) por 80 euros. En ese momento, todos fuimos muy buenos y rápidos con las matemáticas. ¡Por 320 € podíamos viajar los cuatro a Milán! La oferta finalizaba a las 12 de la noche de ese mismo viernes, por lo que las siguientes horas fueron frenéticas.
Teníamos que reservar una noche en Barcelona (el vuelo salía a las 7 de la mañana), junto con la estancia en Milán. No podíamos reservar el vuelo, sin saber si tendríamos hotel para dormir.
Por supuesto, y como suele ocurrir en estos casos, cuando ya estábamos a punto de reservarlo todo, perdimos la conexión. Menos mal que pudimos realizar la reserva de los hoteles y del vuelo a las 23, 56 horas (nos sobraron 4 minutos). Fue entonces cuando cenamos. ¡Qué locura! Estábamos tan excitados que nos acostamos a las 3 de la madrugada.
Ya al día siguiente, y con más sosiego, revisamos los hoteles. Hicimos algunos cambios y empezamos a planificar el viaje. Como íbamos a estar 6 días en Milán, mis padres pensaron que también podíamos visita Venecia 1 día; pero ese viaje lo comentaré en otra entrada.
Antes de partir hacia Italia, disfrutamos de un día en Barcelona.

Hacía  años que no la visitábamos y la encontraos igual: mismo bullicio en las Ramblas, mismas colas para entrar a visitar la Casa Milà,…  En fin, era como si no hubiera pasado el tiempo.
El viaje de Vueling fue muy cómodo y puntual. El aeropuerto de Malpensa con el centro de la ciudad también estaba conectado con trenes que pasaban cada 20 minutos, por lo que llegamos muy pronto a Milán.
Nada más bajar del tren, vimos unos turistas con un gran helado. En pleno agosto y con el calor que hacía, nos dedicamos a buscar alguna heladería para calmar el calor. Afortunadamente, la encontramos enseguida y, la verdad, no defraudó (tal y como podéis ver).


De Milán, lo que más me gustó fue el Duomo, la Galería Vittorio Emmanuele y las tiendas de lujo que vimos en los alrededores.

                   

Para que os hagáis una idea de los precios, al lado de la Galería Vittorio había un centro comercial. Pues bien, tenían una botella de agua que valía 100 euros, eso sí, recubierta de piedras de Swarovski. Os dejo una foto por si alguien se anima a comprarla.

Como dulce típico italiano, descubrimos el "canolo". Es un cilindro de hojaldre relleno de crema de limón. Mis padres recordaron que este dulce salió en la película "El Padrino III" y decidimos probarlo (y dejar constancia fotográfica de ello).


La verdad es que Milán, a diferencia de Roma, tenía un ambiente más centroeuropeo. No había renunciado al estilo italiano, pero tenía un aire más internacional y cosmopolita.

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