20 mayo 2013

LONDRES


Empezamos el día muy temprano, levantándonos a las 6 de la mañana, pero la ilusión de conocer  la tierra de Shakespeare era mayor que el sueño con el que nos despertamos. 



Teníamos que coger el metro de las 7, 17 h. que nos llevara al aeropuerto de Valencia. Para evitar las colas de la facturación y el peligro de perder el equipaje (era verano y sólo íbamos a estar tres días), fuimos con una mochila cada uno. Eso sí, repleta de camisetas de manga corta. Afortunadamente, mi madre es una exagerada e insistió en que todos cogiéramos un chubasquero y un pantalón largo, "por si acaso…". La verdad es que, aunque era agosto, todos los días llovió y nos vino muy bien.

El viaje fue con la compañía Ryanair. Todos tenemos claro que sería la única y última vez que voláramos con ella. Ahora entiendo porqué es tan barato: gente corriendo para coger buen asiento, empujones, sin respetar el turno de cola, etc. Como cosa buena, el vuelo transcurrió sin incidentes y en 2 horas ya estábamos en la ciudad del Támesis.





Del aeropuerto al centro de la ciudad fuimos en tren. Fue una suerte que el hotel, de estilo victoriano, estuviera situado cerca del Big Ben. Oír sus campanadas fue una experiencia única. Ese mismo día, subimos a la noria London- Eye. Las vistas de Londres realmente eran espectaculares. El movimiento es muy lento, por lo que la gente que tenga vértigo y esté leyendo este Blog, que no se preocupe, porque no da impresión.

Cuando acabamos, comimos un "fish and chips" y nos dirigimos a Hyde Park. ¡Qué parque más limpio!. Vimos patos y ardillas, ningún perro suelto y gente tumbada en el césped disfrutando del día. Allí el tiempo pasó volando, y cuando empezó a oscurecer, nos volvimos al hotel para descansar.

 


Al día siguiente nos despertamos pronto y bajamos a desayunar para coger fuerzas e irnos al centro financiero. Todos iban con trajes y, curiosamente,  a las 12 horas paraban para comer (no como España). Decidimos imitarlos y así saber qué siente la gente de las grandes finanzas.
Por la tarde visitamos la Torre de Londres y pudimos ver la guardia Beefeater. Lo que más me llamó la atención de este viaje a Londres es que el tiempo pasaba  muy deprisa. Empezó a anochecer y nos dirigimos a Picadilly Circus, cuyas luces de neón iluminaban toda la plaza.

 


Cenamos una pizza y una coca- cola (para ver si nos quitaba el sueño), pero las necesidades fisiológicas mandaban más que las ganas de divertirnos, por lo que volvimos al hotel para dormir.
El tercer día amaneció más nublado, si cabe, que los días anteriores y nos tuvimos que poner tres camisetas juntas para no pasar frío. Tocaba ver el cambio de la Guardia Real y queríamos coger buen sitio. Menos mal que, durante la espera, salió el sol y no nos enfriamos.


Si tenéis la oportunidad, no dejéis de ver esos soldados con los gorros negros y casacas rojas tan singulares.
Decidimos repetir paseo por Hyde Park y así llegar a la zona de las embajadas, donde el coche más simple era un Ferrari o un Maserati.
Tocaba coger las mochilas y despedirse del Big Ben. Desde Victoria Station cogimos el tren que nos llevó al aeropuerto. El vuelo de vuelta también se desarrolló sin incidentes, pero con las mismas carreras y empujones para coger asientos.

Al llegar a España, nos alegró volver a notar el calorcito valenciano.

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