Empezamos
el día muy temprano, levantándonos a las 6 de la mañana, pero la ilusión de
conocer la tierra de Shakespeare era
mayor que el sueño con el que nos despertamos.
Teníamos
que coger el metro de las 7, 17 h. que nos llevara al aeropuerto de Valencia.
Para evitar las colas de la facturación y el peligro de perder el equipaje (era
verano y sólo íbamos a estar tres días), fuimos con una mochila cada uno. Eso
sí, repleta de camisetas de manga corta. Afortunadamente, mi madre es una
exagerada e insistió en que todos cogiéramos un chubasquero y un pantalón
largo, "por si acaso…". La verdad es que, aunque era agosto, todos
los días llovió y nos vino muy bien.
El
viaje fue con la compañía Ryanair. Todos tenemos claro que sería la única y
última vez que voláramos con ella. Ahora entiendo porqué es tan barato: gente
corriendo para coger buen asiento, empujones, sin respetar el turno de cola,
etc. Como cosa buena, el vuelo transcurrió sin incidentes y en 2 horas ya
estábamos en la ciudad del Támesis.
Del
aeropuerto al centro de la ciudad fuimos en tren. Fue una suerte que el hotel,
de estilo victoriano, estuviera situado cerca del Big Ben. Oír sus campanadas
fue una experiencia única. Ese mismo día, subimos a la noria London- Eye. Las
vistas de Londres realmente eran espectaculares. El movimiento es muy lento,
por lo que la gente que tenga vértigo y esté leyendo este Blog, que no se
preocupe, porque no da impresión.
Cuando
acabamos, comimos un "fish and chips" y nos dirigimos a Hyde Park.
¡Qué parque más limpio!. Vimos patos y ardillas, ningún perro suelto y gente
tumbada en el césped disfrutando del día. Allí el tiempo pasó volando, y cuando
empezó a oscurecer, nos volvimos al hotel para descansar.
Al día
siguiente nos despertamos pronto y bajamos a desayunar para coger fuerzas e
irnos al centro financiero. Todos iban con trajes y, curiosamente, a las 12 horas paraban para comer (no como
España). Decidimos imitarlos y así saber qué siente la gente de las grandes finanzas.
Por la
tarde visitamos la Torre de Londres y pudimos ver la guardia Beefeater. Lo que más
me llamó la atención de este viaje a Londres es que el tiempo pasaba muy deprisa. Empezó a anochecer y nos
dirigimos a Picadilly Circus, cuyas luces de neón iluminaban toda la plaza.
Cenamos
una pizza y una coca- cola (para ver si nos quitaba el sueño), pero las
necesidades fisiológicas mandaban más que las ganas de divertirnos, por lo que
volvimos al hotel para dormir.
El
tercer día amaneció más nublado, si cabe, que los días anteriores y nos tuvimos
que poner tres camisetas juntas para no pasar frío. Tocaba ver el cambio de la
Guardia Real y queríamos coger buen sitio. Menos mal que, durante la espera,
salió el sol y no nos enfriamos.
Si tenéis
la oportunidad, no dejéis de ver esos soldados con los gorros negros y casacas
rojas tan singulares.
Decidimos
repetir paseo por Hyde Park y así llegar a la zona de las embajadas, donde el
coche más simple era un Ferrari o un Maserati.
Tocaba
coger las mochilas y despedirse del Big Ben. Desde Victoria Station cogimos el
tren que nos llevó al aeropuerto. El vuelo de vuelta también se desarrolló sin
incidentes, pero con las mismas carreras y empujones para coger asientos.
Al
llegar a España, nos alegró volver a notar el calorcito valenciano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario